Los cristianos españoles estábamos acostumbrados a
tener el culto, las prácticas espirituales y pastorales muy
organizadas. Teniendo muchas facilidades para la
recepción de los sacramentos y los ejercicios de piedad.
De pronto, el panorama ha cambiado radicalmente por el
coronavirus y el obligado confinamiento en nuestras casas.
¿Qué hacemos ahora?
Pues ante todo tener claro que
para un católico y también para numerosas personas de
buena voluntad, salvar vidas humanas es un bien supremo
que está por encima de cualquier práctica religiosa
pública.
Repasemos las Sagradas Escrituras, el Catecismo
y recordemos lo que hicieron otros cristianos en
situaciones límites o de persecución. Pero, sobre todo, no
olvidemos que la fe cristiana va de dentro hacia fuera, se
da en el corazón y se confirma en las buenas obras.
¿Por
qué no comenzar a pensar que estos tiempos calamitosos
es una oportunidad de gracia para tener un cristianismo
más interior y menos de fachada?
La hora presente es como de destierro, que dará muy
buenos frutos de consolidación en lo esencial tanto en la
fe como en la vida social. Algo parecido le sucedió al
pueblo judío cuando fue deportado a Babilonia en el 587
a.c. La situación era tal, que el mismo profeta Daniel llego
a decir: “En estos momentos no tenemos…. ni un sitio
donde ofrecerte primicias para alcanzar misericordia” (Dn
3,38)
Ya no existía el templo, ni estaban en su tierra, no
poseían nada donde apoyarse, pero la mayoría de ellos
resistieron a la prueba porque tenían grabados en sus
corazones los preceptos de la Alianza de Yahvé con su
pueblo.
También nosotros los cristianos estamos marcados con la
señal de la cruz de Cristo, que es la Nueva Alianza
recibida por la gracia del Bautismo, que nos constituye en
“hijos en el Hijo”, “adoradores en espíritu y en verdad”,
donde nuestro templo, sacrificio y altar es solamente
Jesucristo, Muerto y Resucitado, celebrado en cualquier
momento y lugar, donde lo sagrado no está en las piedras
visibles, sino en la persona humana que hemos de servir y
querer como lo hizo el mismo Jesús de Nazaret.
Esta realidad única y salvadora lo han vivido muchos
cristianos a lo largo de siglos, cuando han estado
perseguidos, en guerras o probados por enfermedades y
pestes de todos los tipos. Ellos oraron en el secreto de su
corazón como dice el Evangelio (Mt 6,5-13) con las
oraciones y medios que tenían.
¿Quién te impide a ti hoy en esta epidemia del Covid-19,
hacer lo mismo y orar profundamente ante una pequeña
imagen o estampa de tu devoción que te ayude a rezar?
A
pesar del confinamiento actual, somos privilegiados en
muchos campos de la vida, si nos comparamos con
cristianos de otros tiempos que vivieron situaciones
parecidas, pero también con los hermanos nuestros de los
países más pobres donde no tienen una buena sanidad, ni
ha llegado con tanta fuerza el mundo digital.
Gracias a las nuevas tecnologías podemos rezar solos o en
familia, la Liturgia de la Horas, el Santo Rosario, el
Viacrucis, etc… ver y sentir la Santa Misa por televisión o
bien online. Pero claro, me dirán algunos que no pueden
comulgar ni confesar. Recuerden que en la tradición de la
Iglesia siempre ha habido el “bautismo de deseo”, “la
comunión espiritual”, “el acto de arrepentimiento a Dios
por nuestros pecados”. Sobre esto último, ha dicho el
Papa Francisco esta mañana en la homilía de la Misa de
Santa Marta: “Padre, ¿dónde puedo encontrar a un
sacerdote, porque no puedo salir de casa?....Tú mismo te
puedes acercar al perdón de tus pecados como nos
enseña el catecismo con un acto de contrición bien hecho,
nuestra alma se convertirá y será blanca como la
nieve….prométele al Señor que luego te confesarás, pero
habla pronto con Él y recibirás la gracia de Dios”.
Por favor, nuestros templos podrán estar más o menos
cerrados por extrema necesidad sanitaria, pero nadie te
impide que tu casa sea una Iglesia doméstica, que como
padre de familia ejerzas tu sacerdocio bautismal, que tu
corazón sea un sagrario donde tengas la gracia de Dios,
que tus brazos repartan siempre obras de caridad y tus
labios alaben al Señor y supliques a Dios Todopoderoso
que nos libre de estos tiempos pandémicos.
+Juan del Río Martín
Arzobispo Castrense de
España