Ya estoy aparejau

El viernes día 27, falleció mi suegra con una complicación más propia de la edad que de otra cosa, alcañizana de pura cepa, que nunca salió de su pueblo, hasta que ya muy dependiente, tuvo que dejar su tierra para ser atendida por su hija Elena, en Pontevedra, donde permaneció hasta su último día, pero con la esperanza de que sus cenizas serían depositadas un día, en su nicho de Alcañiz, junto a su hija Mari Carmen y su marido Luis. Encarna era una persona devota, aunque no beata, pues siempre supeditó sus labores domésticas a las obligaciones religiosas, como lo refleja una anécdota que quiero compartir. Ya en tierras gallegas, un domingo la llevábamos en silla de ruedas a la iglesia, y en un momento dado, preguntó: ¿Dónde vamos? – A misa le contesté, a lo que ella replicó: ¿Cómo que a misa, con la faena que hay en casa? -Déjate de misas y misas, llévame a casa que tengo que preparar la comida. No obstante, lo dicho, todos éramos conscientes de su fe y profundos sentimientos religiosos, por lo que, dos días antes de fallecer, el capellán del hospital, le administró la unción de enfermos. Siendo este hecho, lo que me hizo recordar una situación similar que presencié junto a mi abuelo Joaquiner, oscense de nacimiento, quien, tras recibir los últimos sacramentos, le dijo al sacerdote que le asistió: “Muchas gracias, ahora ya estoy aparejau”.

Adolfo Costas Gascón