Estos días
de cuarentena me han traído a la memoria la frase que encabeza este post; no
recuerdo donde lo leí, pero me vino a la mente meditando las lecturas que la
Iglesia nos invita a leer y rezar durante esta cuaresma tan atípica y, al mismo
tiempo, tan reveladora.
¿Por qué
reveladora? Pues porque el miedo y la
impotencia que se han instalado entre nosotros, nos recuerda nuestra fragilidad,
que no podemos controlarlo todo, que la ciencia y los avances tecnológicos no
lo pueden todo. En resumen, que estamos hechos de barro y, que, así como con un
soplo se nos dio vida, en un instante se nos acaba y lo que parecía importante
ya no lo es tanto.
En estos
momentos de zozobra que suerte tenemos los católicos de tener fe, de creer en un
Padre que, como el de la parábola del hijo pródigo, espera al hijo y cuando
vuelve, lo acoge sin reproches, lo perdona y ¡hace una fiesta!
Ahora, en
este desamparo, suplicamos, imploramos, oramos y nos acogemos al Señor y, estoy
segura, de que Él nos escucha, nos acompaña, nos consuela, pero me surgen
preguntas. Cuando este tiempo acabe:
Seguramente, cuando esta cuarentena termine, se hará un gran acto de acción de gracias y me imagino que será multitudinario, pero no olvidemos que todos los jueves podemos acercarnos a adorar y dar gracias al Santísimo.
No le dejemos tan solo como venía sucediendo hasta ahora.
Yo os invito humildemente a que dediquemos una hora semanal a darle gracias y a rezar por los que han muerto en esta epidemia solos, sin el consuelo de los suyos. Ellos, como Jesús, que no se sientan abandonados.
“Vamos,
volvamos al Señor. Porque Él ha desgarrado y Él nos curará”.
“Vendrá
como la lluvia, como la lluvia de primavera que empapa la tierra” Oseas 6,1-6
Carmen (cov Betania)