Verano, tiempo de descanso, de sol (aunque no tuvimos mucho), y sobre todo de viajes.
Y hablando de viajes, un grupo de personas de
la Parroquia tuvimos la oportunidad de viajar a un lugar muy especial... ¡A
Tierra Santa! Durante una semana recorrimos los mismos lugares que Jesús
recorrió: el monte de los Olivos, el cenáculo, el Santo Sepulcro, la gruta de
la natividad, etc... Lugares de los cuales solo sabíamos a través del Evangelio
y lo que imaginamos al leerlo.
Al principio, en mi caso, fue un poco
decepcionante: iba esperando encontrarme con cosas de la época de Jesús y,
desgraciadamente, debido a las múltiples guerras de la zona, queda muy muy
poco. Por suerte íbamos acompañados de grandes sacerdotes y uno de ellos me hizo
ver que no podíamos buscar a un Dios muerto, que Jesús tras morir ¡Resucitó! Y
que para estar con Él, para sentirlo, no necesitamos ver o tocar unas piedras,
solo tenemos que mirar a nuestro lado, que está en las personas de nuestro
alrededor.
A partir de ahí, la experiencia fue a mejor. Visitamos
Ein Karem, lugar de nacimiento de Juan Bautista, y allí, en un Santuario
dedicado a la visitación de la Virgen, encontramos el Magnificat ¡En gallego!
Una experiencia que ya habíamos tenido en el Santuario del Pater Noster en el
monte de los Olivos. Tuvimos la ocasión de tener una hora santa de adoración en
Getsemaní, acompañando al Señor como tuvieron los discípulos y algunos al igual
que ellos tuvimos que luchar contra el sueño. Visitamos la gruta de la anunciación,
donde tuvimos ocasión de rezar el rosario de forma solemne, con los monjes y
peregrinos de otros lugares del mundo, renovamos nuestras promesas bautismales
en el Jordán...
Pero sin duda, lo más bonito para mí, fue el
último día, en torno al mar de Galilea. Visitar los lugares donde Jesús
encontró a los discípulos, donde tantas veces fue a pescar con ellos y donde
una vez resucitado se les apareció, concretamente, en el mismo sitio donde le
preguntó a Pedro tres veces si lo amaba... También nosotros en aquel lugar
tuvimos ocasión de responder a esa pregunta.
Pero todo lo bueno se acaba, y aunque todos
nos sentíamos al igual que Pedro en el Tabor, cuando le dijo a Jesús “¡Qué bien
se está aquí!” y tuvimos la tentación de plantar una tienda y quedarnos unos
días más. Tocó emprender el regreso y volver a la rutina, recordando que es en
la rutina donde Jesús hacía grandes cosas. Fue en Cafarnaún, donde vivía, que
curó a la hija de Jairo, el jefe de la sinagoga, donde curó a la suegra de
Pedro, donde a través de las bienaventuranzas mostró el reino de Dios y donde
compartió tantos momentos con sus discípulos. Y pidiéndole que nos acompañe en
nuestra rutina, que nos ayude con nuestras cruces del día a día, cogimos la
maleta y volamos de nuevo a casa.
Podría seguir hablando de sitios, de Betania,
de Caná, donde una pareja que nos acompañaba renovó sus votos matrimoniales, de
Belén, del barro del Mar Muerto... Pero me gustaría dedicar un poco de espacio
a la gran labor que hacen los franciscanos, no sólo a nivel de custodia de los
lugares, sino ayudando a las comunidades cristianas que allí viven. Tenemos la
suerte de estar en un país donde por ser cristiano lo peor que te puede pasar es
que se rían de ti, o te hagan algún comentario malicioso, pero conservamos
nuestros derechos. Allí, en un país en conflicto donde el cristianismo es una
minoría, donde los judíos no te dan trabajo ni te ceden terreno para construir
una casa, ni los musulmanes tampoco, por el simple hecho de ser cristiano, La
orden franciscana compra terrenos y casas para que estas familias tengan donde
vivir y en sus colegios forman personas, independientemente de su creencia, enseñándoles
que el que está a su lado,
independientemente de en qué crea y de cuál sea su sexo, es una persona
y tiene la misma dignidad que ellos. Probablemente vosotros ya os imaginabais
que la colecta del Viernes Santo era importante, pero no cuán realmente
importante es.
Por último, y ya termino, os dejo con una
frase de nuestro guía allí: “Tierra Santa no es sólo un espacio geográfico o
material, sino sobre todo una experiencia única de encuentro, o reencuentro con
un amor que fundamenta la vida”. Ese encuentro es el que tenemos que
redescubrir en nuestro día a día, porque Tierra Santa está en nosotros, Jesús
está en nosotros y cuando lo descubrimos solo nos queda compartirlo, para que
los demás también lo descubran.
¡Paz y bien!
Brenda Rivas
Brenda Rivas