Pecado Ecológico
por Sara Sieiro
Muchos seguro que me conocéis de la parroquia, me llamo Sara y soy una persona que trata siempre de involucrarse en cualquier actividad o grupo parroquial porque me parece que es una buena manera de ayudar al prójimo y de servir a Dios.
Principalmente me siento voluntaria de Cáritas aunque siempre que tengo ocasión colaboro, en todo lo que mi vida personal me permite, con otros grupos parroquiales: el coro, el grupo de acogida,
prensa... Es quizás la naturaleza de mi corazón altruista, la inspiración del Espíritu Santo o simplemente ha sido la indignación de ver las imágenes más devastadoras que han vivido
nuestros montes (o una mezcla de las tres) lo que ha hecho que me haya animado a escribiros unas palabras por este medio, bueno también ayuda el hecho de que tengo cuatro hijos a los que
quiero dejarles un mundo aunque solo sea un poquito mejor.
Mientras encendemos la televisión, abrimos un periódico, o buscamos una noticia en nuestro teléfono móvil, España está viviendo una de las olas de incendios más agresivas en
las últimas dos décadas. Yo me pregunto... ¿se puede ser indiferente a un hecho tan relevante en nuestra historia reciente?
Básicamente, yo creo que no.
Este drama puede conmover corazones y conciencias, pero también puede resultar un hecho aislado que no despierta toda la compasión que merece porque no se está quemando la casa de uno mismo. La Iglesia Católica nos pide exactamente lo contrario: que brote de nuestro corazón una conciencia ecológica y un amor sincero al prójimo. Cuidar la naturaleza es indispensable para la supervivencia humana y el bienestar de todos.
Atentar contra los montes provocando incendios solo trae consecuencias catastróficas para el ecosistema: la pérdida de biodiversidad, la alteración del clima, la degradación del suelo, pérdidas económicas y, especialmente, mucho sufrimiento humano.
Es nuestra responsabilidad conjunta proteger, custodiar y preservar el medio ambiente, como personas civilizadas, pero sobre todo como hijos de Dios. Los católicos tenemos una tarea especial: ser administradores de la “casa común”, la creación de Dios. Tenemos también la obligación, con los jóvenes de este tiempo y los que vendrán, de dejarles un mundo apto para desarrollar la vida.
El enfoque de la Iglesia Católica hacia la ecología no trata solo de la protección de nuestro hábitat, sino también de la promoción de la justicia social, la dignidad humana y un futuro más sostenible y ecuánime para todos. Resalta la importancia de dejar a las nuevas generaciones un planeta en condiciones habitables y fértiles, asumiendo el deber de protegerlo como un don de Dios. Aboga también por considerar el daño al medio ambiente como una forma de pecado grave, un “pecado ecológico” ya que atenta directamente contra Dios, su creación y contra el prójimo.
Este suceso me ha servido para tener muy presente a mi querido Papa Francisco, que escribió una de las encíclicas más necesarias en estos tiempos: Laudato si. En este texto el Papa invita a la humanidad a cuidar de los bosques, de la naturaleza, de nuestros ecosistemas, y a administrar los recursos naturales. En ella, Francisco invita a tener una profunda reflexión sobre la relación entre el hombre y la naturaleza. Encara el problema existente entre la cuestión ecológica y social, enfatizando la necesidad de velar por nuestra "casa común", la Tierra, y sus habitantes, especialmente por los más vulnerables. El daño al medio ambiente y la pobreza son problemas interconectados y deben abordarse de manera conjunta.
¿Qué podemos hacer?
Todos los años somos testigos de cómo la necedad humana vulnera la fragilidad que encierran nuestros ecosistemas, pero la cuestión es qué podemos hacer nosotros como instrumentos de Dios que somos.
Primero debemos ser conscientes de la trascendencia de nuestras acciones en el día a día, reflexionar sobre la relación existente que tenemos con la creación, incrementar hábitos ecológicos y aprender cómo solventar problemas ecológico-sociales desde la fe y el amor
de Dios. Además, mucha, mucha oración para pedir por la protección de nuestro planeta y la conversión ecológica de la humanidad. Otra manera de contribuir es haciéndolo de manera comunitaria, promoviendo iniciativas ambientales en parroquias y comunidades,
apoyar iniciativas locales que promuevan el respeto y la justicia por la ecología y el trabajo social.
En definitiva, como católicos debemos realizar desde acciones individuales hasta cambios estructurales para proteger nuestro “hogar común”, guiados siempre por la fe, el amor y la doctrina de la Iglesia.